Después de una “semana del chilcano” acaso podría haber existido un atenuante para tanto estropicio. El patético acto de ver una terrible “amenaza” terrorista en una obra de teatro y que una referencia en ella a “violaciones de derechos humanos” sea considerada en el informe de Dircote como un indicador más de terrorismo, no es sino fascismo banal y rupestre.  

Una sana reacción ciudadana impidió que la sangre llegase al río; la caverna primitiva tuvo que pasar a segundo plano y la página aparece volteada. Se demostró de nuevo que, en medio de todo, en la sociedad peruana la democracia tiene mucho más oxígeno que la asfixia autoritaria de picapiedras de pacotilla y elocuentes caudillos de momento. Y que puede responder al terrorismo que aún existe en el Perú que no es el imaginario en una obra de teatro en Miraflores, sino que es muy real y está en el VRAE y anida en espacios como el Movadef, sustentado en el violentista “pensamiento Gonzalo”.

Quienes ven terrorismo donde no lo hay, son parte del inevitable mundo plural de los juicios arbitrarios. Pero cuando ejercen función pública, ya no estamos ante el ejercicio de una descaminada libertad de expresión, sino que pasan a ser amenaza pública. Pues al no querer -ni poder– ver el terrorismo real, sino lanzar el sambenito de terrorista urbi et orbi, se pierde de vista el objetivo y, lo que es peor, se bloquea la capacidad social de prevenir y enfrentar el fenómeno articulando a todos los sectores democráticos, que son abrumadora mayoría.

La rápida evolución del fenómeno del terrorismo en el mundo va planteando, día a día, nuevas modalidades de actuación que la caverna no es capaz de ver. Se plantean con el “ciberterrorismo”, por ejemplo, retos técnicos y, especialmente, de principios democráticos esenciales. En el contexto actual, el “chuponeo” de conversaciones telefónicas cada vez más tiende a ser historia y, en buena medida, sólo un ingrediente accesorio de la inteligencia. Cierto que muchos actos terroristas no se coordinan previamente por comunicaciones informáticas “chuponeables” (como parece haber sido el caso de la matanza contra Charlie Hebdo). Pero muchos otros sí.

La “mata” está actualmente en las comunicaciones por internet, medio en que usan casi todos los adultos y jóvenes con los que se puebla el mundo. Determinar la naturaleza real del ciberterrorismo y contar con los medios más eficaces y, a la vez, democráticos para enfrentarlo, es una responsabilidad del momento. Esto tiene dos aspectos, el técnico y el de los derechos democráticos.

Si bien los medios técnicos de interceptación de las comunicaciones por Internet son muchísimos, a la vez, las murallas protectoras disponibles en el mercado son cada vez mayores, fácilmente accesibles y se generan con más velocidad que los medios de interceptación. Las tentaciones de algunos gobiernos de que las compañías proveedoras se obliguen a entregar información a los sistemas de inteligencia ya están sobre el tapete y en agenda. Eso, sin embargo, no es empresarialmente fácil ni simple. Para compañías como Apple y Google, por ejemplo, sería comercialmente costoso quebrar ciertos parámetros mínimos de garantía de confidencialidad.

Más allá de los aspectos técnicos o comerciales está un aspecto fundamental que es el de los derechos democráticos de la población. Asunto en el que, otra vez, aparece el reto de distinguir entre amenazas terroristas de lo que no lo son. Pare eso, contar con instituciones y liderazgos democráticos que encaminen bien las cosas es fundamental; allí no habría sitio, por cierto, para chilcanos ni torpezas daltónicas, pues el resultado sería la gangrena de la democracia y de los derechos individuales. En EE.UU. ya está sobre el tapete un interesante debate público sobre cómo manejar la tensión entre el propósito estatal de juntar más información vs. los derechos individuales a la privacidad que es importante seguir de cerca. Habría que seguirlo de cerca.

Una respuesta simple y general ante viejos dilemas como este, es imposible. No aparece ninguna respuesta clara y contundente en el corto plazo. Pero lo que es evidente es que en este mundo globalizado de las comunicaciones será cada vez más evidente la necesidad de construir reglas globales que hoy no existen. Cuyo contenido y respeto de los derechos de las personas dependerá de la propia dinámica de cada sociedad y, en particular, de la calidad democrática de sus dirigentes, de manera que en nombre de la prevención contra el terrorismo la democracia no se vea destruida desde dentro.