El salvaje ataque terrorista de ayer en París contra la libertad de expresión por descarriados terroristas islamistas, con lo que arranca el nuevo año, es un fiel signo de los tiempos. Enlaza con un 2014 plagado de noticias sobre conflictos armados en el mundo, con sucesos graves como los avasallamientos terroristas por el autodenominado “Estado Islámico”, los bombardeos inclementes sobre Gaza y nuevas fuentes de tensión, como las reubicaciones políticas en Europa. Como lo ha advertido esta semana Mijail Gorbachov, la ruptura del diálogo entre las grandes potencias nos pone al borde de una nueva Guerra Fría. “Árbol” de violencia e incertidumbre en el mundo no debe impedir ver, sin embargo, otros dos procesos importantes de un bosque que hace de fondo. 

En primer lugar, uno “bueno”. Pese a las evidentes y serias amenazas a la seguridad global, en la historia reciente de la humanidad el año que terminó es en el que menos personas, como proporción de la población mundial, ha muerto a consecuencia de los conflictos armados, como lo acaba de recordar el ex Secretario General de la ONU, Kofi Annan. Se puede mencionar, también, que pese a las limitaciones institucionales y presupuestales encontradas, el enfrentamiento a la epidemia del ébola se ha asumido en serio por la comunidad internacional con algunos resultados alentadores.

En segundo lugar, en paralelo a las grandes tensiones mundiales, hay otros problemas serios en los que la comunidad internacional fracasa en enfrentarlos. Asuntos como el calentamiento global, el terrorismo internacional o el crimen organizado transnacional, están allí, pero los instrumentos tradicionales para enfrentarlos no funcionan y resultan insuficientes. En el nuevo contexto de “calentamiento” entre potencias y el germen de una nueva Guerra Fría, las cosas se complican aún más.

En América Latina las cosas parecen moverse por “cuerda separada”. Muy lejos de las grandes tensiones y conflictos mundiales y todo girando, más bien, en torno a tensiones y retos locales, en un contexto de una fragmentación regional no resuelta y de economías que se enfrían al ritmo del frenazo global. Dos procesos ya se perfilan a partir de esto.

Primero, el enfriamiento de la economía mundial que se va a traducir en recesión o crecimiento ínfimo en varios países latinoamericanos y sus repercusiones sociales y políticas. Esa nueva clase media regional, que ha crecido en 30% en los últimos diez años de vacas gordas, ocupa y ocupará su protagónico espacio en rutas de impredecible curso. La fuerza y nitidez de su capacidad de movilización ya se vio hace algunos meses en Brasil. Medidas fiscales restrictivas, recortes de beneficios, falta de atención a demandas sociales o la torpeza para legislar en ciertos asuntos (como recientemente en el Perú con la cuestionada “Ley Pulpín”), le echarán leña a la hoguera abriendo caminos impredecibles para la estabilidad política y social.

Segundo, porque frente a fenómenos como el crimen organizado transnacional y la migración internacional, son graves las limitaciones institucionales regionales para enfrentar retos como esos. La fragmentación latinoamericana, que perdura, no ayuda a marchar con paso seguro y eficiente. En este año que empieza proliferarán encuentros multilaterales regionales: CELAC (enero), Cumbre de las Américas (abril), Alianza del Pacífico (junio), UE-CELAC (junio) y UNASUR (diciembre). Espacios en los que se debería avanzar en metas y planes concretos arrinconando a la retórica; reto para nuestros gobiernos y sociedades. Aunque, como es evidente, nuestra cancillería no pasa por un momento particularmente creativo ni de ejemplar conducción, debería sacarse de la flaqueza virtud y desempeñar un papel más activo y protagónico.

Finalmente, este año se llevarán a cabo varias elecciones, las que estarán influidas –y hasta determinadas– por dinámicas sociales y políticas impredecibles. Entre otras están las parlamentarias en México (julio) o Venezuela (setiembre) y las presidenciales –“entre peronistas”– en Argentina (octubre). En este contexto regional es de la máxima importancia lo que ocurra en Colombia. El mundo y Latinoamérica acompañan con interés y esperanza el desarrollo de las conversaciones de paz que deberían concretar este año acuerdos sobre justicia transicional y desmovilización, terminando así con 60 años de guerra interna.