El muro de Belén
Se cumplieron 25 años del colapso del muro de Berlín; EE.UU. y Cuba anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas y los estadounidenses anunciaron una efectiva “flexibilización” frente a la isla. Antes y ahora quedaban atrás atrabiliarios muros; literales o conceptuales. Pero no en todos lados.
En el conflicto palestino/israelí parecería que el tiempo se hubiera congelado. Y que así como los muros físicos y los de la intolerancia caían en otros lares, en esa zona la construcción de muros es parte de la agenda presente. En Belén, al que en un día navideño como hoy se le mira desde todo occidente, se sintetiza buena parte de los dramas de la región.
De gran significado para cristianos, judíos y musulmanes nació en Belén el rey David y, mil años después, Jesús de Nazareth. En 1967 Belén fue ocupada por Israel (Guerra de los Seis Días) y transferida en 1995 a la administración de la Autoridad Nacional Palestina, luego de los acuerdos de Oslo. Conviven ahora crucifijos de las iglesias con los minaretes de las mezquitas, pero está cercado.
Iniciada la construcción del muro por Israel en el 2002, separa Belén de Jerusalén (a sólo ocho kilómetros de distancia) y, en especial de los asentamientos israelíes, 22 de los cuales han sido construidos por el poder ocupante alrededor de Belén. El papa Francisco se detuvo en el muro en su visita a Belén en mayo de este año y oró allí en silencio, conforme se lo habían pedido varios sacerdotes y laicos que bregan por la pacificación y la fraternidad entre los pueblos palestino y judío.
Entre alambradas, cercas y paredes de concreto, el trazado llega a los 700 kilómetros a lo largo de Cisjordania; el muro de concreto rodea a Belén. Sigue allí, pero tres acontecimientos ocurridos en las últimas dos semanas parecen haberle quitado algo de musgo a una negociación de paz que parecería estancada por tiempo indefinido.
En primer lugar, una gradual “internacionalización” en la que varios países europeos están dando pasos para empujar a las partes a una negociación. No a otra cosa apunta el reconocimiento al Estado palestino de la semana pasada por el Parlamento Europeo (por 498 votos contra 88), y las votaciones en los parlamentos de Gran Bretaña, Suecia, Irlanda y Francia en el mismo sentido. Esto coincide con la decisión del Tribunal de la Unión Europea de quitar a Hamas de la lista de entidades terroristas, con lo que indirectamente convalidan su presencia en una futura negociación.
En segundo lugar, la puesta en agenda esta semana de proyectos de resolución en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fijando un calendario de dos años para culminar una negociación de paz, que incluiría la desocupación de los territorios ocupados en 1967. Proyecto el último presentado por Jordania, como resultado de una negociación con miembros permanentes del Consejo, impensable hace no muchos meses. Aunque podría darse que los EE.UU. acaben ejerciendo su derecho a veto, es sintomática la prudencia y silencio con la que hasta el momento se han manifestado.
Tercero, la convocatoria por Suiza a la conferencia internacional sobre la protección de civiles en los territorios palestinos que se llevó a cabo en Ginebra la semana pasada. Suiza es el depositario de las Convenciones de Ginebra sobre derecho internacional humanitario. Los 126 países que asistieron adoptaron una resolución que cuestiona la conducta de Israel, destacando que la construcción de asentamientos es una violación de sus obligaciones legales internacionales como país ocupante.
Entre la ocupación israelí, la división entre las facciones palestinas y una actitud harto cautelosa de los países occidentales para comprometerse, el mundo parece acostumbrado al corsi e ricorsi de feroces ataques israelíes a lugares como Gaza, a los cohetes de Hamas contra Israel y a anuncios de nuevas conversaciones sin resultados. Algo parecerían empezar a moverse, sin embargo, en una dirección alentadora presionando a las partes en conflicto. Y a negociaciones que tendrían que traducirse en el mutuo reconocimiento de los dos Estados, incluyendo la desocupación de los territorios ocupados en 1967, tesis peruana y de casi todos los países latinoamericanos por casi cinco décadas.