Era imposible no compartir la emoción de millones en la celebración del domingo pasado por los 25 años del colapso del muro de Berlín, escuchando la Novena Sinfonía. Lo que significaba ese muro como expresión física de un sistema autoritario, así como la fuerza y velocidad de los acontecimientos en 1989, al calor de los espacios que abría la Perestroika de Gorbachov son asuntos sobre los que se ha hablado y comentado bastante.

Casi nada se ha dicho, sin embargo, sobre qué pasó –o qué se hizo– con los responsables de las 138 personas abaleadas por intentar saltar el muro durante sus casi 30 años de existencia. Y, sobre todo, cómo enfrentaron en esa transición las responsabilidades criminales en esa sociedad militarizada y los efectos de décadas de régimen autoritario.

Primero lo primero: el complicado –e inesperado– proceso de transición/reunificación alemana funcionó. Sin “voltear la página”, como si nada hubiera pasado; pero tampoco rompiendo un dique de impredecibles procesos masivos e interminables que tendrían ahora entrampada a la principal economía europea. La sociedad está mucho mejor; integradas las “dos Alemanias”, la calidad de vida de quienes viven en el Este ha mejorado y muy pocos soñarían en regresar al pasado. La transición funcionó.

No hay, sin embargo, “modelos” a seguir, salvo la constatación de que en todas las transiciones exitosas la ruta de salida se ha encontrado, por lo general, en la adecuada ponderación de justicia con prudencia. Y en lo que atañe específicamente a la justicia: priorización y selección de casos en torno a los más graves crímenes y, esencialmente, a los máximos responsables. Esto es fundamental cuando, como en la ex-RDA (República Democrática Alemana), podrían haber sido muchísimos miles las personas potencialmente “justiciables”

Porque responsables, en general, había muchos. Como, por ejemplo, los más de 80 mil funcionarios del sistema de inteligencia y represión de la Stasi. Fueron pocos los procesados. Entre otras cosas, porque en el rápido proceso de reunificación –no de “absorción”– se concordó entre la falleciente RDA y la RFA que las leyes penales aplicables serían las de la RDA. Con ello resultaban siendo legales muchas conductas que en Alemania occidental serían ilícitas.

El realpolitik cerró el camino de una avalancha de decenas de miles de procesos por atropellos a los ciudadanos. Sin embargo, quedaron fuera de ese manto protector algunos ejecutores directos y “máximos responsables” de actos que, por su gravedad, estaban proscritos hasta en la propia RDA. Para ese efecto, el caso “símbolo” es el de Krenz.

Egon Krenz había sucedido en octubre de 1989 a Erick Hoenecker como jefe del Estado y cabeza del partido en la RDA. Luego de la reunificación, Krenz fue detenido, procesado y condenado, junto con otros dos dirigentes del Estado y del partido, por su responsabilidad “mediata” en la muerte de personas que habían querido escapar a través del muro de Berlín. Si bien Krenz describió el proceso como la “justicia de los vencedores” y alegó que no había violado leyes de la RDA, el fallo fue confirmado en todas las instancias de la justicia alemana. Llevado por Krenz hasta la Corte Europea de Derechos Humanos esta no encontró irregularidades en los procesos y en la sustentación de la “autoría mediata” como base de la responsabilidad penal.

El concepto no es caprichoso ni artificial y se usa en casos en los que la persona imputada opera a través de aparatos de poder organizados que están a disposición personal de quien tiene el dominio del hecho. El concepto del jurista alemán Roxin fue usado para condenar no solo a Krenz, sino a Abimael Guzmán y Alberto Fujimori en el Perú. Ninguno estaba siendo acusado de haber disparado personalmente contra nadie, sino por su responsabilidad mediata en actos cometidos por otros ejecutores.

En distintos lugares del planeta, pues, la historia nos muestra cómo un concepto clave como el de la “autoría mediata”, le abre a la sociedad el camino de aplicar la justicia priorizando su acción. Así, sus efectos no traban las transiciones democráticas ni abren rutas impredecibles sobre números inmensos de personas que, a fin de cuentas, no fueron sino piezas instrumentales de estructuras organizadas de poder criminal.