Henry Morgenthau era Secretario del Tesoro de Roosevelt al término de la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno estadounidense y los aliados buscaban definir cómo tratar a los jerarcas nazis responsables de los más terribles crímenes de guerra y de lesa humanidad. Morgenthau era partidario de una solución radical: la ejecución sumaria, sin más prolegómenos, de los cabecillas nazis capturados o rendidos.

El curso de las cosas fue distinto al constituirse el Tribunal Militar Internacional de Núremberg. Prevaleció el criterio de que era mejor no dejarse llevar por la tentación de la venganza, constituir un tribunal, definir sus reglas de operación y garantizar un juicio público. De esa experiencia se desprendieron, además, conclusiones importantes para el derecho internacional con otros tribunales internacionales y con la instalación en el 2002 de la Corte Penal Internacional (CPI).

Pero a veces se olvida que Núremberg no es sólo la ciudad en donde se instaló y funcionó de 1945 a 1946 el tribunal militar internacional. Hay otros dos aspectos –contrapuestos entre sí–, que le dan a esta hermosa ciudad de Bavaria un significado particular por lo que allí ocurrió y por la ruta ejemplar de procesamiento de un pasado de opresión y barbarie.

Núremberg no fue una ciudad alemana más en el surgimiento, expansión y consolidación de la barbarie nazi en Alemania y en Europa; fue, más bien, una suerte de “bastión” del nazismo. Allí fueron los congresos anuales del partido nazi desde 1927 hasta 1939 y allí se desplegó, como en ninguna otra ciudad, su parafernalia; en los campos de Luitpolhain se llevaban a cabo los más grandes desfiles y despliegues de masas de las hordas nazis, cuyas escenas más impresionantes fueron plasmadas para la posteridad por la cineasta Leni Riefenstahl, al servicio de Hitler.

Que el tribunal militar internacional pudiera operar allí, de por sí, era ya una forma de dar respuesta a ese truculento pasado por la particular simbología de Núremberg en el nazismo. Lo crucial, sin embargo, ha sido el esfuerzo sostenido para construir el futuro sin dejar de mirar al pasado, recordando para educar y para que jamás el fanatismo y la intolerancia se impongan en las calles de Núremberg o en sus campos.

El Núremberg de hoy representa, de manera ejemplar, el extraordinario y eficaz esfuerzo de la sociedad alemana de posguerra de enfrentar el pasado con verdad y educación y no con el fácil expediente de “voltear la página” y seguir para adelante como si nada hubiera pasado. Dos exhibiciones permanentes –“museos de la memoria”–, son visitadas por miles desde hace años, no sólo por extranjeros sino especialmente por miles de alemanes de todas las generaciones que se nutren con interés de lo que allí se presenta.

Por un lado, la exhibición donde funcionó el tribunal internacional. Allí se describe y desmenuza la médula de las responsabilidades en las atrocidades cometidas avanzando en profundidad y no quedándose en la anécdota del fanatismo demencial de Hitler. En la exhibición, por ejemplo, se transmite claramente el concepto esencial de que esa barbarie y horror surgió de la Alemania misma y que los máximos responsables del genocidio y la barbarie no eran fuerzas abstractas, sino políticos, empresarios y militares, hijos de ese país, por cuyas responsabilidades debían pagar.

Por otro lado, la extraordinaria exhibición “Fascinación y Terror”, que describe con minuciosidad el surgimiento y desarrollo del totalitarismo nazi desde sus primeros escarceos en 1922-23. Ningún tema central se soslaya y queda claro para el espectador que lo que ocurrió no se reduce a la obra de “un loco”, sino que fue el curso llevado al extremo de opciones totalitarias, racistas y expansionistas que expresaban intereses concretos de sectores de la sociedad alemana y que contaron con la identificación de buena parte del pueblo con esa opción.

Cuando se ve a los jóvenes alemanes de hoy visitar estas exhibiciones y educarse en un ambiente en el que la memoria está presente, se reafirma el camino de que para que el horror no se repita es trascendental que los meandros oscuros del pasado sean recordados. Los lugares de la memoria son, en ello, fundamentales.