Una foto de los recientes procesos electorales latinoamericanos lleva a conclusiones paradójicas si los comparamos con los europeos. La históricamente “convulsionada” América Latina parece lucir estable. En Europa, al revés, al calor de las dificultades económicas bullen la polarización electoral y los radicalismos en un escenario que hubiera parecido reservado a la Latinoamérica de antes.

La fuerza con la que avanza, por ejemplo, la extrema derecha de Marine Le Pen en Francia, arrastrando incluso a anteriores votantes de los comunistas, abre la interrogante sobre si no lograrán imponerse en las próximas elecciones presidenciales francesas. La pujanza de los “ultras” de la derecha británica, por su lado, tampoco es poca cosa. Apunta el ultra nacionalista UKIP a retirar a Gran Bretaña ya no sólo de la Unión Europea sino de la Corte Europea de Derechos Humanos.

En América Latina el sentir de los votantes sigue un recorrido distinto, prevalece un clima de continuidad. O, en todo caso, de una alternancia, sin variaciones radicales. Ese podría ser el caso de Brasil si ganase Neves el 26 de octubre. O Bolivia, en donde la continuidad fue el signo del triunfo de Evo Morales. Cursos de estabilidad y continuidad nuevos en América Latina.

En el Perú las cosas siguen un camino diferente con el apabullante signo de la mayor fragmentación de las instituciones políticas en beneficio de un caudillismo localista y regresivo en virtual colapso de las instituciones políticas de representación. Y en ello, la sombra de dineros delincuenciales navegando sobre muchas candidaturas. La situación es de emergencia nacional. Si bien la degradación institucional es, en mucho, heredera del fujimorismo, no se puede seguir llorando sobre “leche derramada” sino de generar respuestas en el plano ético, político y legal.

En lo ético, el primer “filtro” debería ser obvio: excluir de cualquier posibilidad de postulación electoral a personas vinculadas a hechos delictivos o –peor aún– al crimen organizado. Legislar sobre eso es bueno, pero son las propias organizaciones que deberían velar porque así sea. Pero en contextos en los que los puestos de candidatos(as) se “rematan” al mejor postor, algo hay en esto de pedirle peras al olmo.

En el plano político, las respuestas pueden ser muchas. Pero en esencia tienen que ver con la necesidad de contar con respuestas nacionales a problemas que no son locales y, además, de un retorno del oscuro autoritarismo al gobierno. Está de más urgir a que para eso existan, primero, partidos “fuertes” y representativos; no existen ni existirán de aquí a las próximas elecciones. Los que emergieron como triunfadores en el 2011 colapsaron y perdieron su mayoría parlamentaria; ante todo por su propia inoperancia e incapacidad.

A grandes males, grandes remedios. Las respuestas tienen que ser innovadoras y creativas. No es mala idea explorar la opción de un “frente nacional” –o algo parecido– que rescate la importancia de una agenda y objetivos nacionales y de la afirmación democrática. Alan García y Lourdes Flores han dicho algo sobre esto. Pero si bien la idea de un “frente” es buena, poco se avanzaría si eso significase sólo la suma entre dos o tres partidos, pues lo evidente es que sus estructuras y liderazgos están seriamente debilitados. Tendría que ser un frente que convocase a sectores independientes democráticos y a noveles liderazgos regionales en una perspectiva política amplia y no excluyente.

Las reformas legales al sistema electoral también tienen importancia, pero ¡oh sorpresa!, la “urgencia” de ahora es tardía. Lamentable que no se viera en su momento la urgencia de algo tan evidente como legislar para impedir la escandalosa postulación de delincuentes y prontuariados a cargos públicos.

En todo caso es indispensable acabar con el erosivo y disruptor voto preferencial que, bajo la apariencia de “participación” del elector, es fuente de las más grandes corruptelas y ha contribuido al colapso de cualquier sentido de representación institucional y partidaria. Harían bien los congresistas en abandonar su ilusa esperanza de reelección beneficiándose del “voto preferencial”; la mayoría no será reelecto. Pero si lo eliminan, acaso alguien se acordaría de ellos.