11 de setiembre, 2001. Sosteníamos con el secretario de Estado Colin Powell y el presidente Toledo un desayuno de trabajo en Palacio de Gobierno en Lima y le llegó a nuestro invitado la primera llamada de Washington: una “avioneta” se había estrellado contra una de las Torres Gemelas. Minutos más tarde llegó otra que transmitía con más precisión el horror que estaba en marcha. Ante la evidente gravedad de los hechos y el inminente regreso de Powell a DC, nos dirigimos al hotel “Los Delfines” a instalar la Asamblea Extraordinaria de la OEA para aprobar la Carta Democrática Interamericana.

El primer acto de la Asamblea fue expresar la solidaridad continental con el pueblo y el gobierno norteamericano y condenar el terrorismo que acababa de golpear a EE.UU. Seguidamente, en tácita e imprevista respuesta a la ruta de la intolerancia y la violencia, a los pocos minutos aprobábamos por unanimidad la Carta Democrática Interamericana en la que se establecen claros estándares sobre la democracia y su ejercicio. Esa misma mañana el Perú propuso a la OEA preparar y adoptar, a la brevedad, una Convención Interamericana contra el Terrorismo. En el lapso récord de nueve meses el texto estuvo listo, negociado y, finalmente, aprobado en junio de 2012. Esa Convención nos sigue rigiendo.

Se daban, pues, en nuestro contexto interamericano pasos concretos contra el terrorismo. Pero el mundo siguió girando. Y trece años después, si bien la organización terrorista Al Qaeda luce debilitada, la amenaza del autodenominado “Estado Islámico” (EI) hace aparecer a los alqaedistas como aprendices. Estas nuevas dimensiones del terrorismo demandan nuevas y creativas respuestas. Destacan tres asuntos.

Primero, el notable control de territorios adquirido por EI en pocos meses en Irak y Siria. Si bien muchas de esas áreas no son sino arena del desierto, hay en ellas ciudades importantes como Mosul –la segunda ciudad iraquí luego de Baghdad–, y Erbil, en el Kurdistán, fuente de ingentes reservas petroleras.

Segundo, un EI con excelente equipamiento militar, de origen básicamente estadounidense, con blindados y artillería antiaérea que el despatarrado ejército iraquí abandonó huyendo del EI que es, además, uno de los grupos terroristas más ricos de la historia. Controla pozos de petróleo y refinerías que les estarían generando cerca de US$ 2 millones diarios. Tercero, un creciente número de no menos de 15,000 “combatientes voluntarios” compuesto por jóvenes nacidos y educados en países vecinos como Turquía e incluso en países occidentales, que no son sólo soldados sino creyentes dispuestos a inmolarse.

Los bárbaros degollamientos televisados de Foley, Sotloff y Haines han precipitado una rápida modificación en la opinión pública occidental que ha llevado a un giro de 180º en el discurso de gobernantes como Obama y Cameron. La “Coalición” entre 30 países (occidentales y árabes) formada en París este lunes 15 es expresión de ello. Allí varios países han compartido un enfoque general, pero no es claro que sea base suficiente para una ruta operacional concreta y efectiva. Muchos quisiéramos que así fuera pero hay serias dudas.

Primero, que la “coalición” está integrada por actores que parecerían querer concentrarse estrictamente en operaciones aéreas sobre Irak. ¿Quién hará la inteligencia y las operaciones militares en el terreno? Con drones y aviones no se derrotará a EI como lo ha insinuado ayer el general Dempsey, jefe del comando conjunto de los EE.UU.

Segundo, que parte central de las operaciones de EI se llevan a cabo en y desde Siria. Para que la “coalición” opere allí se requeriría, en principio, autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que no parecería fácil de concretar. Se verá, en todo caso, la próxima semana en que sesionará el Consejo para esto.

Tercero, que la capacidad operativa de inteligencia y de acción militar contra EI la tiene de manera singular Irán, que no está en la “coalición”. ¿Es realista que sin una coordinación operacional con Irán –que hoy parece imposible– se pueda vencer esta amenaza? Alianza difícil pero no más de otras “imposibles” que deja la historia.

Son muchas las preguntas pero mayor la urgencia de pasar de invocaciones generales y simbólicas, a alianzas innovadoras y diseños estratégicos y operacionales con posibilidades de éxito frente a esta nueva faceta del terrorismo dentro de un marco de un derecho internacional revitalizado.