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Las mujeres del pecado

Publicado: 2014-05-29

De baja estatura, firme voz y mirada penetrante, la abogada iraní Shirin Ebadi, premio Nobel de la Paz, es una mujer que impresiona. En un encuentro en Madrid hace pocos días, le escuchaba, entre otras cosas, poner de relieve lacerantes padecimientos de las mujeres bajo esa teocracia de los ayatolas. La antigua Persia, con sus casi 80 millones de habitantes, convertida en diabólico espacio de privación de derechos básicos a millones de mujeres.

Buscando en la red se encuentran miles de casos. Para muestra, solo dos botones, de un par de mujeres conocidas internacionalmente. La punta del iceberg. Uno, la actriz Leila Hatami. Por un inmaculado beso con el que saludó la semana pasada al presidente del Festival de Cannes, un grupo de universitarias iraníes ha pedido que se flagele a Hatami, protagonista de la única película iraní ganadora de un Oscar. Las firmantes han pedido formalmente a la fiscalía que “sea azotada, tal como estipula la ley”, y que se la procese “por su pecaminoso acto, lo que según el artículo 638 de Justicia Islámica Penal acarrea pena de cárcel”.

Dos, la cantante de música pop conocida como Googoosh, quien tiene que vivir exiliada en Canadá desde el 2000 por la sencilla razón de que en su país la teocracia gobernante tiene prohibido que las mujeres canten. Nada menos. Y, para remate, … además de cantante es lesbiana por lo que está doblemente reventada.

Todo esto ocurre en un país que es no sólo una de las grandes cunas de la civilización sino luego de unos meses de que fuera elegido como presidente el reformista Hassan Rohani. Nada parece haber sido “reformado” ni tocado con Rohani porque, a fin de cuentas, como me lo comentaba con ironía Ebadi, no existe diferencia real con Ahmadineyad, el anterior presidente, salvo que “es más guapo”. Por la sencilla razón de que el poder real lo ostentan los altos jerarcas chiitas encabezados por el todopoderoso ayatola Alí Khamenei. Teocracia que, al parecer, aprieta las clavijas de los derechos de las mujeres cada vez que el régimen pasa por una coyuntura internacional compleja.

La médula de esta situación de horror es el extremo al que puede llega una sociedad por la fusión entre iglesia y Estado. Que a lo largo de la historia de distintas culturas ha servido de sustento al autoritarismo; occidente incluido, especialmente bajo el clericalismo católico. No queda muy lejos en la historia el oscurantismo impuesto por la dictadura franquista en España bajo el ala del Opus Dei y de una jerarquía católica reaccionaria.

Más allá de situaciones límite y extremas como las de Irán, hay en el mundo amenazas de distinto orden a los derechos fundamentales cuando se diluyen las fronteras entre el Estado y la religión. Este es un asunto moral, político e institucional medular que ha llevado cíclicamente al oscurantismo. Y que, en tiempos más contemporáneos a que procesos de institucionalización democrática se vean contaminados y emasculados por jerarquías eclesiásticas. Que tienen todo el derecho del mundo de profesar su fe y creencias, pero no de interferir en las decisiones de un Estado democrático. Decisiones que corresponde adoptar a las instituciones democráticas –o, en todo caso, a cada individuo o familia– sin que se vean interferidas, dilatadas o bloqueadas por autoridades eclesiales a las que nadie ha elegido.

Los ejemplos latinoamericanos sobran. Y en absolutamente todos ellos el resultado se traduce en el impacto de teócratas de bolsillo sobre los derechos fundamentales, especialmente de las mujeres. Desde la oposición a respetar el derecho al aborto terapéutico en protección de la vida de la madre, la obstrucción a métodos de fertilización asistida (como la fertilización in vitro) hasta la convalidación de la discriminación por orientación sexual. Recordemos la “mercadería dañada”, calificación poco cristiana del purpurado limeño a los homosexuales o su silencio cómplice frente a la pedofilia.

Es cierto que algo se viene avanzando en la región. Pero falta mucho. En particular, firmeza y convicción de la autoridad democrática para ejercer su función sin pusilanimidad ni temor frente al oscurantismo. No se trata de ignorar los debates ni comentarios críticos, sino simplemente de respetar los espacios de cada cual y, en especial, lo que conduce a proteger los derechos de la gente para lo cual está obligada la autoridad democrática por decisión de la sociedad. Nada más, pero … nada menos.


Escrito por

Diego García Sayán

Abogado. Ha sido presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Ministro de Relaciones Exteriores y Ministro de Justicia.


Publicado en

Pisando fuerte

Miradas globales enfocadas sobre derechos, sociedad y medio ambiente.