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brasileños se manifiestan frente a la policía 

No es 'primavera': es la clase media

Publicado: 2013-06-30

No vienen al caso analogías simplistas entre la explosión social en Brasil con lo que ocurrió antes en Libia, Túnez, Egipto o, más recientemente, en Turquía. En estos casos sí era válido hablar de “primavera” porque las protestas enfrentaban oscuras dictaduras o conductas autoritarias. Lo de Brasil responde a problemas distintos.

Un asunto medular es el cambio del mapa social de Brasil que es parecido a lo que ha ocurrido en el resto de América Latina: el crecimiento explosivo de la clase media. Como lo ha confirmado un reciente informe del Banco Mundial, en los últimos 10 años creció en más de 50%, pasando de 103 millones a 152 millones. Buena parte de eso ocurrió en Brasil, pero también en países como el Perú.

Como lo sostienen investigadores, como Francis Fukuyama, el papel de la clase media es determinante en el curso de los acontecimientos políticos y sociales. Suele asumirse simplistamente, sin embargo, que al crecer la clase media, automáticamente se fortalece un “colchón” de estabilidad y moderación en la sociedad. No necesariamente es así. Las protestas brasileñas no salían de las favelas: el 77% de los participantes eran jóvenes de clase media y con educación superior. Tomar en cuenta datos como este es esencial para no perder de vista cuáles son los retos para la gobernabilidad democrática en nuestra región. Para esto hay dos aspectos a tener en cuenta.

El primero es el del lugar común de asumir que la clase media, como tal, encarna ciertos “valores” que se condensan en la moderación y el conservadurismo. La experiencia social indica que no es así como constante. Si bien hay una tendencia a que surjan valores de moderación y de rechazo a la violencia y a la tolerancia en las clases medias, el dato histórico da cuenta de que cuando el panorama es de incertidumbre y de amenazas a la estabilidad, emergen conductas y valores radicales y de confrontación. En la historia del siglo pasado es lo que ocurrió, por ejemplo, con el surgimiento del nazismo y el fascismo. O, en signo contrario, lo que lanzó a millones de chinos, dirigidos por gente de clase media, a la guerra antijaponesa y a la revolución.

Es evidente que el acelerado y explosivo crecimiento de la clase media tiene, para muchos de sus beneficiarios, un tufillo de precariedad e inestabilidad. Muchos “arañan” este nuevo estatus, al borde de volver a la pobreza dependiendo de variables que no controlan. Para varios millones su propio progreso se sustenta en las transferencias mensuales de dinero que reciben del programa Bolsa Familia. El contexto de desaceleración de la economía y de aumento de la inflación se percibe claramente como una amenaza que pone en peligro ventajas adquiridas por lo que hay que pelear para defenderlas, aunque sean insuficientes. En contextos así las clases medias pueden acabar siendo impredecibles en cuanto a sus conductas políticas y sociales.

El segundo elemento es el de la capacidad de presión de la clase media. Que, sin ser mayoría en Latinoamérica (es solo el 30% sobre el total), por su crecimiento explosivo ha aumentado su capacidad de exigir resultados del Estado y busca fortalecer su peso en el proceso de toma de decisiones. Y quiere más. Lo que va no solo en la línea de demandar más en servicios sino una gestión más eficiente y participativa. Si los “ex pobres” pudieron pasar a adquirir electrodomésticos, mejorar la vivienda y hasta tener automóvil, la familia sigue sin dentista, atención médica confiable y educación de calidad. Los Estados tienden – y tenderán cada vez más– a sentirse atrapados entre esta presión, que seguramente será creciente, contrastada con las limitadas capacidades fiscales e institucionales de los Estados.

Ha hecho bien Dilma Rou-sseff en acoger la legitimidad de la protesta y, a la vez, explicitar que para avanzar en enfrentar las demandas sociales, se requiere no solo del gobierno central sino de lineamientos tan fundamentales como el pacto para la reforma política y otros asuntos claves. La paciencia, sin embargo, es poca. Y muchas las interrogantes sobre cómo explotará este mismo problema en otros países. Los retos y amenazas para otros países latinoamericanos son muy parecidos.


Escrito por

Diego García Sayán

Abogado. Ha sido presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Ministro de Relaciones Exteriores y Ministro de Justicia.


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Pisando fuerte

Miradas globales enfocadas sobre derechos, sociedad y medio ambiente.