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El banco de Raimondi

Publicado: 2012-07-22

No hay prueba de que Antonio Raimondi haya sido el autor de la lastimera frase sobre el Perú como “mendigo sentado en un banco de oro”. Sí escribió, en cambio, que para el país “está escrito un porvenir grandioso”. ¿Qué pasó entonces? Hubo episódicos momentos de expansión durante la República; todos atados a la exportación de materias primas. Pero fueron “booms” efímeros. Sea porque las materias primas –como el caucho o el guano– fueron sustituidas por productos sintéticos. O porque terminaron las guerras que llevaron a alzas de precios, como ocurrió después de las dos guerras mundiales o de la guerra en Corea. La perspectiva actual es muy distinta.

Los momentos de expansión de las capacidades exportadoras en los siglos XIX y XX han sido los únicos que permitieron inversión importante en infraestructura y el mejoramiento de niveles de vida de la población. Es un dato de la historia. En el siglo XIX e inicios del XX fueron tres productos los que sustentaron la dinámica económica nacional: el guano, el caucho y, en menor medida, el salitre. La minería ocuparía más tarde el espacio fundamental.

El guano fue gran impulsor del crecimiento nacional; con niveles de 9% anual desde 1840. Tanto que Castilla pudo dar cuenta de la deuda interna y externa. Del salitre el Perú fue despojado en la guerra del Pacífico, antes de que llegara a ser fuente importante de ingresos fiscales para el Estado peruano. Sí lo fue para Chile quien le sacó debido provecho a la riqueza anexada. Como lo documenta el ex ministro chileno Sergio Bitar en reciente libro (“Un futuro común. Chile, Bolivia y Perú”), fueron los recursos del salitre –que en 1915 generaba el 80% de los ingresos fiscales– los que permitieron la construcción de puertos, ferrocarriles y la expansión de la educación pública en Chile desde fines del siglo XIX hasta después de la primera guerra mundial.  Pero todos los “booms” llegaron y se fueron. Rápidamente.

El impulso a la minería empieza con el siglo XX, pero sin que llegase a niveles de “boom”. En la década del 50 la minería se encontraba en “franca declinación”, al decir de Samamé Boggio. Con altibajos, en las décadas siguientes aumentó gradualmente el peso de la minería hasta llegar a la situación actual en la que es un pivote en el ingreso nacional. La variada riqueza minera, el aumento de la inversión y el contexto internacional han hecho esto posible. Las exportaciones mineras eran de $ 3,200 millones en el 2001; en el 2011 han sido diez veces más altas. El Perú es hoy uno de los primeros productores mundiales de oro, cobre, zinc, estaño y plata; y lo puede seguir siendo.

¿En qué se diferencia esta situación de los episódicos “booms” del pasado? Fundamentalmente en tres cosas. Primero, en la variedad de la oferta del Perú; como ningún otro país latinoamericano. Ello da márgenes de estabilidad y compensación ante variaciones de precios. Segundo, la sostenibilidad. Nada indica que estén a punto de surgir, en el corto o mediano plazo, sustitutos del hierro, el cobre, o de metales preciosos, como el oro o la plata. Tercero, el favorable contexto internacional. Que no es el de un suceso bélico sino el crecimiento de economías emergentes que, como la India o la China, han entrado en una dinámica sostenida que seguirá siendo un referente fundamental por varios años.

Los recursos que ya genera esta capacidad exportable sin precedentes ponen al Perú en una posibilidad, también sin precedentes, de planificar una inversión sostenida en infraestructura, educación y nutrición.

Que, entre otras cosas, ayude a cerrar la brecha entre la riqueza de las minas y las poblaciones aledañas.

Está, pues, en el interés nacional sostener y ampliar la inversión en la minería. Pero eso requiere de un Estado que pise fuerte, para garantizar la indispensable compatibilización entre la inversión minera con el medio ambiente y con los intereses de las poblaciones dentro del área de influencia de esas inversiones.

El camino, pues, no está en la “mano invisible” del mercado sino en reglas claras con una autoridad estatal ágil, eficiente y con peso. Que en representación del interés colectivo, fomente y amplíe la inversión en la minería haciendo pesar los derechos de los pueblos. ¿Sueños? No lo creo; es más bien, la ineludible apuesta del presente.


Escrito por

Diego García Sayán

Abogado. Ha sido presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Ministro de Relaciones Exteriores y Ministro de Justicia.


Publicado en

Pisando fuerte

Miradas globales enfocadas sobre derechos, sociedad y medio ambiente.