La partida de un amigo es un hecho muy triste. Trae a la memoria mil recuerdos y, con ello suele refrescar, a grandes trazos, aspectos importantes de la vida recorrida en común. Recordar a Jorge Santistevan como amigo hace, pues, inevitable hablar en primera persona, algo que no suelo hacer cuando escribo una nota por el horror que me suscita la egolatría que se filtra en quienes hacen girar sus palabras alrededor de sí mismos o de su papel “en la historia”.

No quiero repetir aquí lo que con justicia han dicho ya muchos acerca de su papel como Defensor del Pueblo. Hay muchos otros aspectos medulares de su vida que dan cuenta de una línea de conducta de compromiso efectivo con los derechos de la gente, de los cuales quiero dar dos ejemplos que conocí de manera directa.

Jorge fue actor de teatro, profesor universitario, periodista, abogado, Defensor del Pueblo y, brevemente, político. Pero, en ese largo catálogo de múltiples intereses y actividades, hay dos áreas que a mi juicio fueron particularmente relevantes: también fue especialista en derecho laboral y, luego, en protección de refugiados. En ambas facetas tuve la suerte de poder trabajar con él, codo a codo, en varios momentos y aprender mucho de su inteligente abordaje de los problemas. Su fina capacidad de análisis siempre remataba en un “aterrizaje” concreto; con conclusiones y acciones.

Fui alumno del Jorge laboralista en su curso de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. A las pocas semanas éramos amigos y parte de un equipo que él conducía en DESCO, convocando también a Guido Lombardi y Alberto Bustamante. En esa caliente década del 70, las intensas jornadas en actividades de asesoría a sindicatos y comunidades laborales. En la Av. Argentina o a lo largo y ancho del país, hubo muchos espacios, de singular riqueza, para aprender mucho sobre cómo tratar temas complejos con lenguaje directo y simple. Y para aprender, por cierto, no sólo de derecho laboral sino, especialmente, de la vida y de la enorme riqueza de las vivencias y conocimientos que se podían encontrar en el pueblo trabajador. Mucho me enseñó la inteligencia y compromiso de Jorge para analizar y explicar cosas complejas con lenguaje sencillo y directo en situaciones de conflicto.

Otra faceta fundamental de Jorge Santistevan vino después, como funcionario de ACNUR (Oficina de la ONU para los Refugiados). Muchos más años estuvo Jorge vinculado a ACNUR que a cualquier otra actividad profesional. Las cosas en este terreno eran de una complejidad muy grande en los 70 y 80 con centenares de miles de refugiados por las guerras civiles centroamericanas. Jorge hizo mucho por la protección a esa marea de refugiados desde sus funciones en lugares como México, Costa Rica y Ginebra. Por una vía distinta, yo me desempeñaba desde Lima como asesor externo de ACNUR en el diseño de estrategias de protección.

Pero mientras ardía Centroamérica la definición de refugiados marcaba un límite pues la restringía a personas individuales víctimas de persecución. Los inmensos grupos humanos que huían de matanzas y violaciones masivas quedaban fuera. Ocurre que en una reunión de ACNUR en Cartagena en 1984 se nos encargó a Jorge y a mí que preparásemos la redacción de lo que después se llamó la “definición ampliada” de refugiados. La experiencia y conocimiento de Jorge, y mi entusiasmo que lo acompañaba, permitieron que luego de una noche de trabajo diéramos con la propuesta de definición que a las pocas horas se adoptó. Eso facilitó el procesamiento de decenas de miles de solicitantes de refugio de Guatemala, El Salvador o Nicaragua. Casi 30 años después esa definición sigue vigente y es la que usan hoy todos los Estados en la región.

Y habría mucho más que decir. Falta, sin embargo, lo principal. La lealtad y afecto de Jorge con sus amigos y el privilegio de poder contar con su consejo siempre oportuno y franco. Gracias Jorge, por tu amistad y por lo que hiciste para que la gente viva en un mundo mejor.