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Exclusión y Tamarod

Publicado: 2013-07-11

Tamarod –“rebélate” en árabe– es el nombre que se dieron en abril, según se cuenta, cinco jóvenes egipcios para recolectar 15 millones de firmas pidiendo elecciones anticipadas al gobierno de Mohamed Morsi para el 30 de junio, primer aniversario de su elección. Contando con las redes sociales se dice que llegaron a recolectar 22 millones de firmas. Todo acabó con el golpe militar de la semana pasada y en un impresionante índice inicial de 94% de aprobación al ejército. Es obvio que la expansión acelerada de Tamarod podrían haber tenido algo que ver no sólo los militares sino gente vinculada a Mubarak. El hecho es que el 30 de junio era evidente el masivo descontento de un país que decía “basta”. Lo demás es historia conocida. En los intensos tres días que siguieron el gobierno colapsó.

¿Qué había pasado? Egipto no es el único lugar del mundo en que la incompetencia de un gobierno lanza a la gente a las calles produciendo una eclosión social que lo termina colapsando. Lo ocurrido, sin embargo, tiene varias particularidades de las que se desprenden algunas reflexiones que pueden ser útiles no solo para el mundo árabe.

Morsi fracasó por conducir un gobierno incompetente y excluyente. Cuando fue elegido hace un año contó con el 52% de los votos y recibió el apoyo de amplios sectores sociales. No solo de los seguidores de su Hermandad Musulmana, cuyo capital era la imagen de ser la estructura más organizada y competente del país. El estado, con razón, lo prefirió frente a su contendor, un oficial de la Fuerza Aérea identificado con Mubarak.

El país más poblado (84 millones) del mundo árabe es difícil de gobernar. Habitado por un abanico complejo, que va de islamistas radicales hasta una clase media seglar y occidentalizada, pasando por cristianos coptos e islamistas chiítas. En ese crisol de opciones e identidades, la clave estaba –y está – en la capacidad de promover –o no– una política de inclusión e integración. Después de la elección todo parecía empezar bien y su popularidad llegó al 80%. En menos de un año la esperanza se desvaneció.

Pero los meses que siguieron fueron un desastre. Tanto por el deterioro acelerado de la economía como por la sucesión de decisiones y gestos gubernamentales para establecer un régimen político caracterizado por la exclusión y el sectarismo. El factor económico fue, por supuesto, un gatillador de la protesta social y, en especial, de la juventud por lo cual el índice de desempleo llega ahora al 40%. Telón de fondo: creciente inflación y escasez. Hasta allí la protesta egipcia no tiene mayor diferencia con lo que ocurre en cualquier otra parte.

Lo decisivo, sin embargo, al parecer está en que cuando la rueda gubernamental se puso a marchar, prevaleció una concepción sectaria y excluyente del poder que amenazaba con la “islamización” de toda la sociedad y que no correspondía a una democracia plural e inclusiva.

Yendo desde una nueva Constitución “monocolor”, aprobada sin asomo de consenso nacional, el anuncio en noviembre de no acatar las decisiones de la Corte Suprema hasta reservar las posiciones claves del Estado para miembros de la Hermandad. Eso empujó al país hacia la polarización. El golpe militar, dado en nombre de la “reconciliación nacional”, la ha agudizado. La inestabilidad y los muertos a diario parecen llevar al país al borde de la guerra civil.

Lo ocurrido es preocupante no solo para Egipto sino para el resto del mundo árabe. Los islamistas radicales podrían nutrirse de esta experiencia para afirmar la tesis de que por medios democráticos es imposible acceder al gobierno, ya que de inmediato viene un golpe de Estado. Y, contrario sensu, buscar legitimar la violencia y el terror como único camino.

Esto, sin embargo, va más allá del mundo árabe. Aún en contextos de étnica y de religión menos complejos, como los de América Latina, es clave que los gobernantes tomen nota de la potencialidad movilizadora y de explosión social que pueden generar las señales de exclusión desde el poder. En un contexto de democratización regional como el actual, la auto percepción de derechos se va extendiendo y generalizando. La inclusión ya no solo es una buena idea, es un derecho. Grave error olvidarlo.


Escrito por

Diego García Sayán

Abogado. Ha sido presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Ministro de Relaciones Exteriores y Ministro de Justicia.


Publicado en

Pisando fuerte

Miradas globales enfocadas sobre derechos, sociedad y medio ambiente.